Hay textos, piezas, letras, que nunca pierden vigencia. En los ochenta todo el mundo cantó para salvar al planeta de la que se nos venía encima. Ahora andamos más preocupados en los extraterrestres que en lo que se cuece bajo nuestros pies, una bomba de relojería.
"He caminado por senderos desolados con los voluntarios de la paz. Harto de ver el mar azul asesinado he tenido ganas de llorar. Una madrugada nuclear. Un cielo de color marrón. La radiación que te mata. El aire que espanta. Un voluntario que nos quiso avisar. He decidido ser un hombre. ¡Antinuclear!", cantaba Miguel Ríos cuando yo no sabía muy bien de que iba aquello, pero acojonaba.
Y como muchas otras cosas, la letra sigue en plena vigencia cuando había que mirar hacia adelante y no hacia atrás.
Lo paradójico es que desde esta esquina verde asistimos al deterioro del patrimonio de nuestros vecinos y pensamos que nunca llegará a nosotros.
El Sahara avanza hacia el norte. No lo olvidemos.